martes, 27 de noviembre de 2018

"Reinas de Cine" - Josep M. Colomer

Artículo publicado en La Vanguardia (27-11-2018)

Películas y series como ‘La reina’ o ‘The crown’ se 

han ocupado de reflejar las relaciones entre corona 

y gobierno, no siempre tan plácidas como se podría 

suponer.


Además de la española, hay un par de docenas de monarquías parlamentarias en el mundo, la mitad de las cuales son miembros de la Commonwealth británica. El constitucionalista británico Walter Bagehot sostuvo que el secreto eficiente de un régimen parlamentario es la cooperación entre el primer ministro y el parlamento. Cuatro películas recientes sugieren que hay otro secreto eficiente en las monarquías parlamentarias: la cooperación entre el primer ministro y el rey o la reina, que oficialmente es quien asiente, sanciona o promulga las leyes, designa al primer ministro y puede disolver el parlamento y convocar nuevas elecciones, como en España. La dinámica de tensión y cooperación entre las dos instituciones es un tema recurrente.

En El discurso del rey (Tom Hooper, 2010), el arzobispo de Canterbury, que está encargado de organizar la coronación de Jorge VI en 1937, le advierte que “la función de Su Majestad es consultar y ser asesorado”, y como el próximo Rey quiere añadir a su profesor de corrección del habla a la lista de invitados, le indica: “En esto no consultó, pero acaba de ser aconsejado” (de no hacerlo). Sin embargo, la respuesta real difiere: “Ahora le aconsejo yo. En este asunto personal, tomaré mi propia decisión”. Este diálogo esboza las tensas relaciones de consulta y asesoramiento mutuo que pueden fomentar diversas formas de cooperación interinstitucional.


El mismo Jorge VI es personificado en The crown (2016), la serie de televisión de Netflix con excelentes guión, director, actores y reproducción de los palacios y edificios originales. El Rey, yendo directamente al grano, comunica a uno de sus ministros, a la inversa que en el episodio que acaba de referirse, que “como soberano, tengo el derecho de ser consultado, de alentar, de advertir”.
Algunos años después, en la misma serie, la hija y sucesora de Jorge VI, Isabel II, es enseñada por su tutor, precisamente refiriéndose a Bagehot, que “las dos instituciones, la corona y el gobierno, la digna y la eficiente [respectivamente], sólo funcionan cuando se apoyan mutuamente. Cuando cada una confía en la otra”.
Otra versión ficticia de Isabel, supuestamente más de cincuenta años más tarde, aparece en la película La reina (Stephen Frears, 2006). En el primer encuentro de la Reina con una versión ficticia del primer ministro Tony Blair, ella advierte que es su “responsabilidad constitucional aconsejar, guiar, y advertir al gobierno del momento”. Más adelante, comenta: “Recuerde, Primer Ministro, soy yo la que le aconseja a usted.” Blair había aconsejado a la Reina sobre cómo lidiar con la crisis de opinión pública desencadenada por la muerte de la Princesa Diana, pero se disculpa “en caso de que pueda sentirse maltratada o manejada de alguna manera”. Al final, el ficticio Blair elige apoyar a la Reina porque se da cuenta de que sobreviven juntos y que, si ella cae, caen juntos.
Consultar y ser consultado, asesorar y ser asesorado, de eso trata el juego entre la corona y el primer ministro. Sin embargo, el contenido preciso de estas interacciones es bastante ambiguo. Para algunos, puede significar que la corona no debe hacer nada; para otros, que puede tener un papel activo en asegurar la gobernación del país.

Lo primero es el consejo de la viuda de Jorge VI, la Reina Madre María, a Isabel en The crown: “No hacer nada es el trabajo más difícil de todos. Y tomará cada onza de energía que tengas. Ser imparcial no es natural, no es humano. La gente siempre querrá que sonrías o que estés de acuerdo o que frunzas el ceño. Y en el momento en que lo hagas, habrás declarado una posición. Un punto de vista. Y esa es la única cosa que como soberana no tienes derecho a hacer. Cuanto menos hagas, menos digas o concedas o sonrías...”.
Isabel: “¿O piense? ¿O sienta? ¿O respire? ¿O exista?”.
Reina María: “...Mejor”.
En contraste, el consejo de ser más influyente aparece visiblemente en momentos de crisis. Cuando el primer ministro Winston Churchill exhibe su fragilidad como consecuencia de su avanzada edad y sus múltiples enfermedades, el abdicado rey Eduardo VIII da su opinión a su sobrina, la reina Isabel:
“Como Reina, tienes el derecho de ser consultada. El derecho de alentar. El derecho a advertir. Asimismo, a nombrar un nuevo primer ministro en caso de incapa­cidad y muchos dicen que el comportamiento de Churchill ahora constituye incapacidad. Te han pedido tu ayuda y tu influencia”.
Sin embargo, la Reina teme que esto violaría la constitución y anuncia:
“No puedo hacerlo. No lo haré”.
Su tutor está bastante de acuerdo con el exmiembro de la Casa ­Real:
“De memoria, y perdóneme, Señora, porque hace tiempo que no leo a Bagehot, pero en circunstancias como estas, ¿no es también su deber actuar?”.
Y lo que es más importante, el secretario privado de Jorge VI y de su hija le sugiere que, en contraste con la negativa de su padre a nombrar un nuevo primer ministro sin una elección, ella podría intervenir cuando se enfrenta a “una situación diferente, [y es] una soberana diferente”. Entonces, la Reina advierte a Churchill que, aunque no es su trabajo gobernar, sí lo es “asegurar una gobernanza apropiada”. En otras palabras, implícitamente cambia el énfasis del proverbio habitual: la Reina no gobierna, pero reina. Aunque la serie de televisión no es explícita al respecto, el verdadero secretario privado Tommy Lascelles introdujo el principio de que la Reina podría rechazar la propuesta de un primer ministro de convocar una nueva elección si pudiera “confiar en encontrar otro primer ministro que pudiera gobernar durante un periodo razonable con una mayoría viable en la Cámara de los Comunes”. De hecho, la reina Isabel usó abiertamente este poder dos veces, en 1957 y 1963, cuando dos primeros ministros renunciaron por razones de salud, y ella seleccionó, cada vez, a su candidato preferido entre varios del mismo partido. Será interesante ver cómo se tratan estos eventos en otros episodios de la serie.
En tiempos más recientes, el principio de Lascelles ha perdido relevancia. En primer lugar, porque en el 2011 el Parlamento Británico aprobó una ley de plazo fijo que limita el derecho a convocar una elección anticipada. En segundo lugar, porque si un primer ministro renunciara por razones de salud, accidente u otras, cada uno de los dos principales partidos políticos probablemente sería ahora más ­capaz de seleccionar a su candidato que en algunos períodos del pa­sado.
Aparecen problemas similares en la interesante película Majesteit (Peter de Baan, 2010). Una versión ficticia de la reina Beatriz de Holanda va a leer ante el Parlamento el Discurso del Trono anual apoyado por el gabinete, en el cual se anuncian los planes del Gobierno para el año parlamentario. En el último momento, la Reina quiere introducir un par de cambios en el texto previamente acordado. Rechaza la declaración del Gobierno de que su “política de integración” de los inmigrantes haya sido “un éxito”, ya que se queja de la deportación de solicitantes de asilo. El primer ministro, una versión ficticia de Jan Peter Balkenende, gesticula que él ha podido convencer al Gobierno de que permita las palabras de la Reina sobre una “sociedad multirreligiosa”. Pero rechaza otra enmienda que tendría un ­impacto sustantivo en las políticas públicas y el presupuesto: comprometer a varios departamentos ministeriales en apoyar recursos “para ayudar al continente de África”, incluidas medidas explícitas para aliviar el hambre y la enfermedad y la cancelación de restricciones ­comerciales desventajosas para África.
El primer ministro presenta una firme oposición y advierte sobre las relaciones institucionales:
“Majestad, se le permite que haga aportaciones al Discurso del Trono. Pero usted no puede determinar su contenido... Usted tiene que cumplir.”
El tono sube de nivel cuando amenaza a Su Majestad con leer el discurso él mismo. Y entonces el primer ­ministro resume crudamente el lugar institucional de la corona en el régimen parlamentario del país:
“Majestad, Holanda no le pertenece. Formalmente, usted es parte del gobierno, pero no tiene responsabilidades. Su posición no le permite hacer demandas. Usted tiene la libertad de ofrecer consejos. Como cualquier otro ciudadano. Todo lo que dice son palabras de otra persona. Todo lo que dice y hace... lo hace y dice en nombre del gobierno.”
Como la Reina no se rinde, el primer ministro diagnostica: “Majestad... esto significa el fin de su reinado”.
Pocas horas después, la versión ficticia de la Reina Beatriz cumple y lee el texto del Gobierno al Parlamento. De lo contrario, tanto la Corona como el Gobierno podrían haber caído. Cuando el hijo de la Reina (y pronto sucesor), Guillermo-Alejandro, le reprocha haberse sometido, ella le informa: “Si no dices lo que el primer ministro quiere, estás fuera”.
Guillermo-Alejandro responde: “Tu recitarías el listín telefónico si el Gobierno te lo pidiera.”
“Por supuesto que lo haría”, confirma ella.
Josep M. Colomer es autor del libro España: la historia de una frustración (Anagrama). Este artículo está adaptado de su contribución al libro colectivo ‘ La política es de cine’ (comp. Manuel Alcántara y Santiago Mariani, Tecnos, 2018)

viernes, 18 de mayo de 2018

Recordar a quien no estuvo - Manuel Alcántara

Comentario publicado en Salamanca al Día

http://salamancartvaldia.es/not/178465/recordar-a-quien-no-estuvo/

Una discusión con amigos acerca de cuestiones cinematográficas nos lleva a Charlotte Rampling y ello me conduce a ir a ver The Sense of an Ending de Ritesh Batra (2017) donde ella actúa con Jim Broadbent. Una película que desarrolla el papel de los recuerdos, su manipulación, en parte, y los mecanismos del olvido que se activan tan fácilmente, pero que también pueden revertirse cuando algo inesperado sucede ¿Son las evocaciones el puro reflejo de la realidad o son historias que nos contamos a nosotros mismos? ¿El hecho idéntico de naturaleza íntima que vivieron dos personas, se recuerda igual cuarenta años después? El lenguaje del cine siempre ha sido poderoso para explicar esta ambivalencia. A mi juicio supera al de la literatura, aunque esta haya producido obras portentosas. De los autores españoles del presente, Javier Marías es un maestro indiscutible, Javier Cercas no se queda a la zaga. Sin embargo, el cine tiene una capacidad de representarla de manera más nítida y condensada. No hay equívocos posibles.
La prisionera del campo de concentración que interpreta Charlotte Rampling en “Portero de noche” de Liliana Cavani (1974) también se acuerda de lo que allí había pasado y sus remembranzas coinciden con las del nazi interpretado por Dirk Bogarde. Esa es la magia de esa película provocadora, maravillosa; para algunos, soez, insoportable. Que las evocaciones se hagan presentes mediante flashbacks, a través de fundidos inesperados. Una ayuda a la desmemoria, una apuesta por los lenguajes superpuestos. Otros dicen que es una medida facilona en pro de una pedagogía barata. Alguien pudo no estar allí, pero la cámara siempre puede estar, se convierte en el demiurgo todopoderoso, el sabelotodo inquietante que posibilita resolver el enigma. En la vida no es tan diferente, aunque se rompan las reglas cartesianas de la buena memoria. Las pruebas son los documentos que fijan los recuerdos. Aquella carta que quedó al fondo del cajón, la foto entre las páginas del libro, el diario que confiaste a tu amante.
Testimonios físicos que, se dice, no pueden adulterarse. Están ahí, su significado es inequívoco. Pero ¿qué sucede cuando juras tener la foto de quien no estuvo? Has construido su recuerdo sobre aquella imagen de quien, incluso afirmas, posó para ti en aquel puente con la puesta de sol al costado. De nada sirve que te digan que nunca estuvo porque no pudo estar. Porque entonces se hallaba en otro país, o yacía en un hospital o, todavía más desesperante, porque no había nacido o porque había muerto. No obstante, tienes el recuerdo y lo evocas cada vez que pasas por aquel puente. No quieres que piensen que estás mal de la cabeza, o no te importa. Has logrado llegar a una situación en que mantienes que los recuerdos son tuyos y que no importa, por consiguiente, si para ellos no estuvo. Por eso callas y ya no hablas de tus recuerdos. No, no es que los inventes. No. Simplemente forman parte del otro lado de tu vida.

lunes, 23 de abril de 2018

Sobre la política en el cine - reseña de Rafael Marfil-Carmona

Sobre la política en el cine

Aprovechando que llega el día del libro, es un momento idóneo para recomendar una publicación muy especial: La política es de cine, editada por el Centro de Estudios Políticos y Constitucionalesen este mismo año, 2018. Se trata de una obra colectiva, coordinada por el catedrático de Ciencia Política y Sociología de la Universidad de Salamanca, Manuel Alcántara, junto al investigador y profesor de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya (UARM, Perú) Santiago Mariani, experto en este apasionante territorio común entre el complejo universo de la política y su representación fílmica. De hecho, es la segunda parte de otra recomendable obra, publicada inicialmente en 2014: La política va al cine, coordinada por estos mismos autores. Editada por una entidad de prestigio, cuya editorial está situada entre las 25 mejor valoradas por los expertos en España, con una relevancia destacada en Derecho y Ciencias Políticas, se trata de un trabajo que constituye, sin duda, una aportación de calidad y de gran interés en lucha por el diálogo interdisciplinar, una tarea que no siempre se valora con justicia en el mundo universitario.
Ha sido un placer, en su lectura, comprobar la calidad y diversidad de estilos en las aportaciones de personas expertas en Ciencia Política, Sociología o Economía, entre otros ámbitos, pero que son a la vez cinéfilas. Se trata de un contenido divulgativo, especialmente recomendable para revisar lo que está dentro y fuera de las pantallas. Se reflexiona en torno a un imaginario que, además de reflejar las luces y sombras de la actividad política durante toda la historia del cinematógrafo, ha influido indiscutiblemente en nuestra forma de pensar y aprehender el mundo, ya que lo hemos pensado, en muchos casos, tal y como hemos podido conocerlo a través de los medios de comunicación y, en especial, en su representación audiovisual, hoy día digital. Participar recientemente en su presentación, además en mi librería de cabecera, Babel, en Granada, ha sido un verdadero placer y una oportunidad para aprender.
Junto a Manuel Alcántara Sáez, que me hizo reflexionar sobre algunas esencias fundamentales de la actividad política y sobre el grado de pasión y conocimiento por el cine que cada uno es capaz de admitir (siempre menos del que realmente demostraban los intervinientes), pude conversar y debatir en torno a la temática del libro con otras dos personas que, en lo concerniente al cine, atesoran casi todo el conocimiento posible, algo de lo que no tengo duda desde que iniciamos nuestras conversaciones sobre la gran pantalla hace décadas, varias, constatando después cómo esa pantalla se ha hecho tan pequeña como para poder llevarla en el bolsillo. Uno de ellos es Manuel Trenzado, profesor de la Universidad de Granada, autor de uno de los capítulos y experto en el reflejo de ese universo político en el cine español, ámbito sobre el que ha investigado y publicado también en revistas científicas. Se trata del impulsor también de la publicación, al que estoy agradecido por la invitación a una charla que mostró el camino también para futuras reflexiones y, por qué no, líneas de investigación. El otro contertulio, Juan de Dios Salas, es posiblemente la persona que más sabe en mi ciudad (o de las que más) sobre ese mundo tan sencillo y tan complejo a la vez como es el cine, director del Cine Club Universitario de UGR y del festival de cine clásico Granada Paradiso. Todo ello, además, con la participación e intervenciones de compañeros/as de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología y otras personas interesadas, vinculadas al ámbito cultural, como María José Sánchez.
Habrá tiempo para reseñar y citar este trabajo, que me acompaña ya en las estanterías de casa como referencia para recordar lo importante de la conexión de lo fílmico con la realidad, la profunda implicación social que tienen los medios de difusión masiva en nuestro presente y en nuestro futuro. Además, he podido aprender y repensar algunas cosas desde la óptica del contexto y de la sociedad, trascendiendo una línea más habitual en la Teoría del Cine, como es la inmersión en el lenguaje audiovisual, la semiótica textual y la narrativa. Con esa frescura, propia de profesores/as de otro ámbito que se toman muy el serio el cine, el resultado es impecable. Me atrevo a recomendar su lectura, sobre todo, por el carácter divulgativo y la calidad intelectual de la obra. Es un libro, en cierto sentido, didáctico, una selección de títulos que puede convertirse en una propuesta para nuestra propia agenda de visionado en casa (aunque no sea lo mismo que en la sala). Además, cada capítulo podría ser punto de partida y material docente para un cinefórum en cualquier contexto de educación formal o no formal. Sintetizo algunas ideas extraída del debate, destacando contenidos de especial interés, para finalizar con el esbozo del futuro de esta línea de trabajo, que no es otro sino dirigir la mirada a la cultura digital y a la narrativa transmedia.
Espectáculo, relato y oscuridad
Tres ideas que, personalmente, me parecieron muy interesantes en el debate celebrado en la librería Babel. Las dos primeras se desprenden del magnífico prólogo, que es toda una declaración de principios y, en lenguaje investigador, un verdadero estado de la cuestión. En ese texto, Manuel Trenzado, Manuel Alcántara y Santiago Mariani hablan de la espectacularización de la política, en una hibridación e influencia mutua con lo audiovisual que nos ayuda a comprender fenómenos recientes y la esencia identitaria de generaciones que han accedido al poder tras una formación e influencia de fenómenos como el cine o las series audiovisuales, como es el caso de Podemos, personificado en parte de la producción académica del propio Pablo Iglesias. Habría muchos ejemplos en el ámbito internacional. Esos trazos están perfectamente esbozados en las páginas de este libro.
Una segunda idea, no menos importante, es la rotunda presencia de la idea concepción de la acción política como relato, vigente en la propia gestión del liderazgo y absolutamente protagonista en los medios audiovisuales. En ambos sectores se ha impuesto un nuevo paradigma basado en storytelling, el enfoque narrativo y constante aportación de historias, en un desarrollo transmedia. Por último, entre otras muchas cuestiones de interés en esta línea de reflexión, es inevitable plantearse por qué el reflejo de la política en el cine y en las series de televisión se caracteriza, sobre todo, por la manipulación y la complejidad, algo sobre lo que fue una suerte poder conversar con Manuel Alcántara, descubriendo en ese momento su calidad humana y, al elaborar esta entrada, que fue en 2015 uno de los 50 intelectuales iberoamericanos más influyentes. Su capítulo sobre Orson Welles tiene mucho que ver con el reflejo de esa oscuridad del político. En ese texto, además, he conocido la referencia a una frase atribuida al director de Cuidadano Kane: “Lo malo de la izquierda americana es que sólo se traicionó para salvar sus piscinas”. Solo ese inicio es una base sólida para comprender mucho sobre el Star System de Hollywood, la caza de brujas y aquella época, tal y como escribí en la guía de visionado de Trumbo. La lista negra de Hollywood (Jay Roach, 2015) para un ciclo reciente de AulaCine CAJAGRANADA.
Diversidad de contenido y futuro para la próxima publicación
Como síntesis, cada capítulo aporta algo. No hay ningún texto que esté por debajo de la calidad media, lo que es poco frecuente en un libro de compilación. Enumero: El “malinchismo” al que hace referencia Fernando Barrientos, en su capítulo de Buñuel; el tránsito de lo moderno a lo posmoderno, con dos títulos escogidos magistralmente por Ramón Máiz: Metrópolis (Fritz Lang, 1927) y Blade Runner(Ridley Scott, 1982); la esencia irlandesa de John Ford, perfectamente explicada por Enrique San Miguel Pérez; la homofobia en el cine, en una cartografía trazada por Javier Corrales; la comprensión del contexto histórico y político de Ruanda, en el análisis realizado por Javier Duque Daza; “La emoción y la fuerza del sentido inicial” (p. 180) al repasar los inicios de las sufragistas, en el capítulo de Carmen Ilizarbe Pizarro; La figura de Lincoln a través del comentario argumental realizado por Santiago Mariani; la vertiente social de Ken Loach, en el texto de Joan Subirats; el erudito recorrido de Manuel Trenzado por la representación de la política en el cine español, junto a la mirada hacia las “microhistorias” en la transición, realizada por Leticia M. Ruiz Rodríguez, o el disputado voto en la transición, estudiado por Irene Delgado; el aprendizaje de los valores en Harry Potter, en un trabajo de Maxwell A. Cameron que nos recuerda que todo es magia hablando de la virtud, la ética y la amistad; el reflejo de la monarquía, en la que contrasta la figura pública y la persona “normal”, según el estudio de Josep M. Colomer, junto a un recorrido por “la vida de los rojos” en el cine, estructurado por Carlos Flores Juberías en verbos que indican pura acción: mitificar, vivir, luchar, escapar, reír, añorar… pensar. Todo eso es precisamente el cine.
El presente digital
Tal y como se ha sugerido y como se explica muy bien en el prólogo de este libro, al mirar a nuestro alrededor vemos la transformación del medio audiovisual y también de la realidad política, la constatación de aquella figura que parecía profética y que hoy es una realidad, como es el prosumidor como nuevo perfil  de ciudadanía activa en la Red. Junto a ello, la convergencia mediática también hace imprescindible revisar la conexión entre comunicación y política desde la atención a las nuevas estrategias de la narrativa transmedia, con una presencia destacada de las series de televisión, de segundas y terceras pantallas, de diálogo y factor relacional, tal y como venimos recordando en TRICLab. Todas esas cosas de las que, con seguridad, seguiremos hablando y escribiendo pero, mientras tanto, vale la pena leer este libro.
Para citar el libro reseñado: Alcántara, M. y Mariani, S. (Coords.) (2018). La política es de cine. Madrid: Centro de Estudios Políticos y Constitucionales. ISBN: 978-84-259-1706-1.
Para citar este post: Marfil-Carmona, R. (2018, 22 de abril). Sobre la política en el cine [Entrada en un blog]. Imaginado. Recuperado de https://blogs.ugr.es/rafaelmarfilcarmona/2018/04/22/la-politica-es-de-cine/
Publicado en https://blogs.ugr.es/rafaelmarfilcarmona/2018/04/22/la-politica-es-de-cine/ 

domingo, 8 de abril de 2018

La política es de cine - Estudios de Política Exterior

28 / MAR / 2018

LA POLITICA ES DE CINE - ESTUDIOS DE POLÍTICA EXTERIOR

Según Jean-Luc Godard, todo cine es político y ningún plano es neutral. Cada toma es un disparo. En Francia, las primeras imágenes cinematográficas de las que hay constancia son de la salida de un grupo de obreros de una fábrica. En España, de la salida de un grupo de feligreses de la misa del Pilar de Zaragoza. El cine, como se ve, no solo crea valores, también los refleja. Convertido desde sus inicios en un espectáculo de masas, el cine en seguida alcanzó un sentido político gracias a su capacidad de influir en la opinión pública. Lo vieron los comunistas, los fascistas y los nazis, pero también los demócratas. EEUU no dudó en alistar a los mejores directores de Hollywood (véase el documental Five Came Back, de Netflix) para que le contasen al pueblo americano por qué luchaban en la Segunda Guerra Mundial.
Pero en un ecosistema mediático en plena revolución, ¿sigue siendo el cine tan relevante, políticamente hablando, como en el siglo XX? Los coordinadores de La política es de cineManuel Alcántara y Santiago Mariani, defienden que sí. Según ellos, contra todo pronóstico en lo que llevamos de siglo XXI se está prestando una renovada atención a los aspectos políticos del cine. Y esto se debe a tres factores, de acuerdo con su interpretación. El primero sería la centralidad política que ha adquirido el concepto de relato: la política se ha convertido, en buena parte, en un combate por el establecimiento de relatos hegemónicos y en este terreno, el cine, forjador de relatos, se convierte en una herramienta formidable. El segundo elemento tiene que ver con las llamadas narrativas transmedia: el espacio comunicativo, el espacio mediático como territorio en continua mutación, dinámico e impredecible; en una palabra, “líquido”. En este contexto nuevo el cine, un espectáculo en aparente retroceso, se adapta al ecosistema: todavía se ruedan y se ven películas a la vieja usanza, pero la producción y el consumo del cine también está cambiando. El tercer y último elemento quizá necesite menos explicación: la espectacularización de la política. Según Alcántara y Mariani, “ahora la relación entre política y ficción es bidireccional”. A la hora de narrar valores, enmarcar problemas o crear subjetividades políticas, los formatos de la cultura popular como el cine son perfectos ante una audiencia que construye su identidad, cada vez más, mediante la interacción con relatos de ficción: series, películas, videojuegos…
En La política es de cine, Alcántara y Mariani congregan a un grupo de académicos de distintas latitudes –que tienen la ciencia política como su quehacer diario y el cine como un mecanismo imprescindible para entender los fenómenos propios de la política– y les invitan a hablar de Orson Welles, Fritz Lang, Luis Buñuel, Ridley Scott y John Ford, entre otros de los grandes. Porque, como insistía Godard, cada toma es un disparo.